Después de años de abstinencia por conseguirlas en la isla, me estoy tomando unos mates con yerba Barbacuá, en este caso de la marca "La dicha". Abrir el paquete y sentir el olorcito a fogata, llenar el porongo 3/4 partes, taparlo con la mano y sacudirlo un toque para sacar la mano y seguir disfrutando la complejidad de universos olfatorios que se abren en milisegundos. Luego colocar un chorrito de agua fría y después ir llenando despacio hasta que aparece la espumita, sonrisa asegurada antes del primer sorbo.
Los olores tienden puentes directos a algún pasado, me transportan emocionalmente a ese momento. Y hoy, cierro los ojos, chupo de la bombilla y mi cuerpo está en junio de 2024 pero también en el Salitral, cerquita de Zapala, a mediados de noviembre de 2020, en plena pandemia, procesando un viaje hasta Alaska que terminó de sopetón allí. Habíamos hecho mierda casi todos los ahorros de dos años y pico en alquileres, comida, repuestos, y estábamos en una casa prestada con alacranes, arreglando el turbo del motorhome. En ese microcosmos de incertidumbre, gracias a dos compañeros de Cutral Co que conocimos en un streaming (¡vaya cosas locas que uno hacía!) descubrí las yerbas de pequeños productores y fue una caricia al alma, un poco de goce entre tanto duelo.
Suena "Quimey Neuquén" en los auriculares, estoy recién levantado en la estepa neuquina, la camioneta está desarmada, el sol empieza a calentar la tierra, se esconden las lagartijas y sorbo el primer verde. Somos felices entre tanta tristeza, somos felices a veces.
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